Espumas que se Van
Posted by Unknown | Posted on 7:32:00 a. m.
…A estas alturas, nadie sabe si ese
error se enmendó,
aunque existen fundados indicios de
que sí se enmendó,
pero de un modo relativo…
Espumas
que se van
/ Parte 1 /
(Ganador del 57 Concurso
de Cuentos del Nacional, 2002.)
Gilberto Parra
Imagen tomada de la página http://www.elmundo.es |
Primera parte
Alguien se equivocó porque,
en Los Caobos ese cielo, esas calles, esa plaza, esas palmeras que doran el sol
de las regiones tropicales, debieron estar en otra tierra, específicamente en
Baviera, porque cuando uno comienza a ascender desde la Plaza Venezuela,
redondel acuático urbano, uno observa unas fuentes como volcanes en erupción,
las cuales vomitan hacia el cielo una fría lava, como si de pronto lloviera al
revés. Cuando uno continúa su rápido ascenso desde la Plaza Venezuela por la
cuesta de la Avenida La Salle, más arriba del puente ornamental que durante
tantos años soportó estoicamente el paso de los trenes del Ferrocarril desde
Santa Rosa hasta Ocumare, pocas cuadras cuesta arriba, después que uno percibe
el olor del incienso papal en los mensajes canónicos de la Embajada de la Santa
Sede, allí está ese sitio donde sedientas gargantas y paladares ansiosos
trasegaban galones, hectolitros, mirialitros de la fría Pilsen y degustaban
kilos, toneladas, megatoneladas de salchichas fritas, aderezadas con el
agridulce sabor de la salsa de tomate en hemorrágico fluir junto con el acre
picor de la mostaza.
Allí está, gradas arriba desde la acera, extendida en mesas y sillas pulidas
debajo de unos toldos que le dan a uno la impresión de un eterno ambiente
ferial, la inefable Cervecería Munich, Baviera tropicalizada en plena Avenida
La Salle de Los Caobos. Alguien debió equivocarse, porque todo ese paisaje de
alegría que al final de la cuesta de la Avenida La Salle, que El Avila engulle
de verde, debió estar en Baviera, pues en los fríos otoños e inviernos
continentales del sur de Alemania, se hacía sentir la ausencia del tibio sol de
Los Caobos, cuando durante o después del Oktoberfest, la gente sale en tropel
por las calles de Munich con sus inmensas jarras repletas de Pilsen en la mano,
en una frenética competencia féculo-etílica de cebada fermentada y bebida al
clima.
La cerveza se goza, se disfruta, se vacila cuando hace calor, al igual que el
sexo se recrea cómodamente acostado en una cama, si es posible con dos
almohadas, una debajo de la nuca y otra debajo de los riñones. Tomar cerveza
bajo el frío otoñal o invernal de Baviera, es igual que hacer sexo de pie. Pero
también es verdad que si se trata de cambiar el orden natural de las cosas y se
le echa hielo a la cerveza, se obtiene el mismo efecto perverso de pretender
chuparse una teta con el sostén puesto En Munich y en Los Caobos, por efecto
del espectro solar y otras consideraciones, la misma cerveza debe tener colores
y texturas diferentes.
En Los Caobos, la cerveza debe
verse más ambarina, más espesa que en Baviera, con la blanca espuma coronando
la superficie, como una ola de resaca. La respuesta para esa diferencia en el
sabor de la misma cerveza tomada a la misma hora en Munich o en Los Caobos, en
el otoño o en el invierno, con seis horas de diferencia, es algo que ni los
teólogos, ni los naturistas, ni los esotéricos, ni los filósofos se han
encargado de investigar, pero la diferencia de textura, sabor y color de la
misma Pilsen, del cunniinlingus y de la felación, lo debe determinar la
posición equinoccial del sol en Los Caobos, en contraste con los rayos oblicuos
del sol en el otoño o en el invierno bávaro. La diferencia del sabor de los
mismos cunninlingus y la felación, en ambas latitudes pareciera, en consecuencia,
no estar en razones de higiene, sino en la intensidad del sol. Igual fenómeno
opera con el sabor de la Pilsen.
Vuelvo y repito: alguien
debió equivocarse al invertir el orden natural de las cosas y por tanto debe
enmendarse ese error, para que al igual que el amante de la viudita la hija del
rey, además de gustarle la Pilsen bien fría y la salchicha alemana frita
aderezada con salsa de tomate y mostaza, debería poner las cosas en su santo
lugar. Eso significa que en la Avenida La Salle de Los Caobos, con su cálido
sol, se disfrute de la Pilsen bien fría, sin ponerle hielo, pero en Baviera, si
eso les hace feliz, disfrutar de su cerveza en el Oktoberfest, calentando el
sexo pero enfriando la Pilsen, aunque se entumezcan los labios y el tracto
digestivo.
A estas alturas, nadie sabe si ese error se enmendó, aunque existen fundados
indicios de que sí se enmendó, pero de un modo relativo, pues mientras en
Baviera el Oktoberfest sigue dando quehacer, con frío otoñal e invernal o sin
él, en Los Caobos, en cambio, cabalgan unos duendes que muy de tarde en tarde,
hablan, gritan, charlan, con la lengua mocha cortada en dos trozos por el
alcohol contenido en la Pilsen. El olor de la fritanga también se deja sentir
en lontananza, muy de tarde en tarde, en Los Caobos, pero con salchichas
alemanas fritas en un aceite helado, inservible, al clima, no atizado por la
llama de la estufa, como para que el transeúnte acerque su nariz hacia unos
quietos calderos, que herrumbrosos y abandonados, ya no exhalan el visceral aroma
de la salchicha frita.
Philip y Theresa son dos teutones (él teutón, ella además, tetona por sus
pronunciadas turgencias pectorales), ambos descendientes de familias nacidas en
la Colonia Tovar, quienes, acertada o equivocadamente creyeron que Caracas y
Munich podrían vincularse a través del sensual sabor que deja en la boca y en
otros lugares estratégicos del cuerpo, una cerveza bien fría. Si acertaban o se
equivocaban, el veredicto implacable lo darían los bebedores de cerveza,
quienes daban más vueltas que un perro antes de echarse, por algunas de las
cervecerías de Caracas, en busca de una buena fría, consumida en el momento
preciso, en el lugar acertado y en el ambiente adecuado, para celebrar,
enlutarse o conmemorar algún acontecimiento académico, político, deportivo o
erótico.
Continuará...
El Conde de Lautréamont
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